ÁNGEL BOSIO

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De la cuarta de Talleres a la consagración de arquero internacional, recorre Bosio un camino apresurado de éxitos donde los laureles de un domingo empujan a los del siguiente para concebir una gloria que fue en breve plazo realizada y fue empero, una de las más auténticas de nuestras canchas. Cuando aquel apuesto muchacho que luciera en el arco su galanura singular que atraía como pocos la admiración de ambos sexos con vigencia de ídolo, llegó a River Plate, ya era figura consagrada en el trance de enriquecer el historial de una entidad grande con al aporte de su genuina fama y personalidad.

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De la cuarta de Talleres a la consagración de arquero internacional, recorre Bosio un camino apresurado de éxitos donde los laureles de un domingo empujan a los del siguiente para concebir una gloria que fue en breve plazo realizada y fue empero, una de las más auténticas de nuestras canchas. Cuando aquel apuesto muchacho que luciera en el arco su galanura singular que atraía como pocos la admiración de ambos sexos con vigencia de ídolo, llegó a River Plate, ya era figura consagrada en el trance de enriquecer el historial de una entidad grande con al aporte de su genuina fama y personalidad.

 

Ágil, de seguridad poco vista y de una elegancia en nada reñida con el sentido práctico de sus intervenciones, fue figura de atracción que congregó multitudes y creó todo un período y un estilo en el proceso de River Plate, alternando con distinguidos cracks del fútbol el destino de una gloria segura que el fútbol les brindara con justa razón. Los campeonatos sudamericanos tuvieron en Angel Bosio un verdadero ídolo.

 

Cuando la fama aún no había insinuado la posibilidad de abandonarlo, cuando su chance de hombre admirado de las multitudes lucía aún firmeza y posibilidades múltiples, Bosio quiso el mutis del actor que no envejece ni estira los aplausos más allá del minuto exacto y afilado de la buena gloria y dejó los tres palos blancos que hicieron marco a sus jornadas. El viejo Talleres recibió su sosiego de caballero del fútbol y le confió funciones técnicas donde hoy prolonga su cariño al popular deporte y recibe tarde tras tarde la palma laudatoria del anónimo hombre de la tribuna.

 

A dos años de comenzado la era profesional, River se animó a pagarle a Talleres 32.000 pesos por un arquero. El hombre en cuestión tenía su trayectoria en el amateurismo y por algo a aquel team ya le empezaban a llamar los Millonarios. El equipo de la banda, como quedaría demostrado con los años, gastaba pero disfrutaba.

 

El arquero era Ángel Bosio, hombre de gran seguridad, distinguida figura y fama bien ganada. Le decían la Maravilla Elástica y jugó más de veinte partidos defendiendo la valla del Seleccionado, varios de ellos antes de la década del treinta. El periodista José Gabriel comparó la concepción estética del ballet con la del fútbol y, cuando se referió a Bosio, fue categórico:

Aquí la comparación puede ceder por adelantado varios puntos de ventaja a cualquier bailarín.

Ángel Bosio fue, entonces, un arquero artista, un hombre que hizo un culto de la estética.

 

Bosio, Ángel: Arquero. Apodado “La Maravilla Elástica” por el Diario Crítica.

 

Nacido el 5 de Mayo de  1905, llegó a Talleres en 1927, plena época amateur, desde Argentino del Sud. Había comenzado su carrera como futbolista en 1923 en Talleres. Durante el Profesionalismo, jugó para Talleres  los campeonatos de 1931 (atajó en 32 partidos, en los que le convirtieron 64 tantos) y 1932 (estuvo en 25 encuentros. Le marcaron 53 goles).

 

Fue vendido a River en 1933, por la cuantiosa suma de 31.668,30 pesos, lo que le permitió a Talleres levantar una tribuna de madera, símbolo de nuestro club hasta hace pocos años. Se mantuvo en el conjunto riverplatense hasta 1936, en cuyos equipos disputó 108 partidos. Volvió a Talleres en Septiembre de 1937, año en que jugó 15 partidos y le marcaron 34 tantos. Se retiró en 1938, luego de atajar 7 partidos (su valla fue vencida en 25 ocasiones).

 

En el total de su campaña profesional disputó 187 partidos. En Talleres atajó en 79 encuentros en los que recibió 179 goles.
En la Selección Argentina debutó el jueves 14 de julio de 1927, por la Copa Newton que se disputó en Montevideo, entre el dueño de casa y el conjunto albiceleste. Argentina se impuso por 1 a 0. Jugó los Sudamericanos de 1927 y 1929.
Formó parte del plantel Argentino en los Juegos Olímpicos de 1928, disputando 4 encuentros. También  atajó 3  partidos  en el Mundial de 1930. Luego, sus actuaciones en el Seleccionado se hicieron más esporádicas, jugando un encuentro en diciembre de 1933 para finalizar su campaña en el conjunto Nacional, en julio de 1935. Totalizó 20 partidos en la Selección.
Ya como director técnico, estuvo en Talleres, en 1954, 1955 y 1959.

 

Escenario: Parque Central de Montevideo. Se enfrentan los seleccionados argentino y uruguayo, en partido que terminó igualado en dos tantos. Allí se produce la gran atajada de Ángel Bosio. Es Sacco el que entra en el área, el que tira con violencia desde ocho metros al ángulo izquierdo superior. Bosio salta como impulsado por un resorte, vuela y la descuelga. Con ella cae planeando y queda ante el fotógrafo Garabito, de “El Gráfico”: “¿La sacaste?”, alcanza a preguntarle bajo la ovación de todo el estadio. Obtiene por respuesta un gesto afirmativo. Bosio envía la pelota hacia adelante y, al retornar a la valla, le confiesa a Garabito: “Es la mejor atajada de mi vida”.
En sus felices días de Talleres, en sus muchos internacionales, lo hemos visto por diferentes canchas, en estupendas intervenciones. Acaso aquella, “la mejor”, pasará a ser una de las mejores. Una más entre las muchas. Porque muchas fueron.


De niño había jugado por Talleres, luego de actuar en la 5ª del América. Fue un ascenso cuando se integró la cuarta. En su debut le marcaron siete goles. Angelito tenía quince años y no pudo resistir el fracaso y los comentarios de “no sirve para nada”. Fue a Progresista. Cinco partidos y ¡a primera! Un sueño realizado y un primer viaje: a Santiago del Estero con un combinado en el que también formaba López, de Banfield, a quien siendo Bosio un pibe le llevara la valija para que lo hiciera entrar. Después, dos años en Argentinos del Sud, en días de cisma. Allí, en una temporada en que le ejecutaron doce penales, atajó ocho. Después volvió a Talleres. Allí fue su consagración. Su elección para el seleccionado no se discutió. El fúbol capitalino estaba ya unido. Angel Bosio era el mejor golero. Y quiso la suerte que lo viéramos en Montevideo en su debut como internacional. Omar y Recanattini estaban preocupados. Cuidaban que no fuera muy empleado, pero cuando llegó un tiro esquinado de Arremond y Bosio lo contuvo en salto prodigioso, los zagueros se despreocuparon. Sus espaldas estaban bien cuidadas.

 

Fue a Amsterdam, a los Juegos Olímpicos. Jugó muy bien. Los rioplatenses llegaron a la final y debieron jugar dos partidos para la definición.

 

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EL ARCO VACÍO
Por Ulises Marcelo Méndez


Mis nueve años de chiquilín asombrado apretaban su rostro contra el alambrado, detrás de aquel arco en la cancha de Talleres, que se me había convertido en el rincón sagrado de mi permanencia casi religiosa, donde con profundo recogimiento seguía con no disimulada devoción de fanático creyente, el espectáculo maravilloso de la plástica del fútbol hecho arte que, con movimiento de ballet y gracia de cisne, un hombre transformado en pájaro, con la armonía de sus sincronizados movimientos, en la contorsión imposible, sobrepasando el esfuerzo normal de un arquero, en la dimensión del salto sobrehumano, trazaba, cual bisectriz humana, ángulo de todos los grados, en el vuelo acrobático que efectuaba bajo el trapecio de su arco.

 

Así era Angel Bosio. Como su nombre lo señalaba: un ángel de muchos cielos del mundo. Le llamaban “La Maravilla Elástica”. Lo era indiscutiblemente. Elegante. De paso casi felino. Fotogénico. Entraba a la cancha, y tras ajustarse la clásica gorra, se llegaba hasta el arco y comenzaba la ceremonia de un ritual, sinónimo de cábala, que repetía a cada jornada: con la mano en alto medía un poste en el ángulo con el travesaño. Luego, con paso elástico, como hamacándose, se llegaba hasta el otro y realizaba la misma maniobra. Luego comenzaba el espectáculo de Bosio. Hoy se diría “el show de «La Maravilla Elástica»”.

 

Bajo los tres palos, desde un trampolín invisible, volaba de un palo a otro. Y allí, ante el disparo a quemarropa, en un salto imposible, cuando el balón parecía inalcanzable. Angel Bosio, volatinero del fútbol. Espectacular, insólito, formidable, sorprendente. Buscando la bisectriz del ángulo imaginario, atrapaba el balón, con destino de red, en el vacío del arco. Volando... volando... y con mucho arte. Rebasando lo humano, bajaba con la gracia de un gorrión en un vuelo sin fin, con el esférico aferrado definitivamente en sus manos como una ofrenda testimonial de su fútbol hecho plástica en favor de una multitud que en el delirio frenético de sus gargantas, escribían en el aire el ¡oh! de la admiración sin medida, sólo redondeada en un nombre: ¡ÁNGEL BOSIO!

 

Con la prodigalidad de una estética futbolística que podía incursionar en el arte, se transformó en un genio del arco con sus planteos de hombre volatín que, como un ícaro, de pronto cobrara alas en la jugada palpitante del gol que quebraba con su salto etéreo. Así, casi inmaterial. Deshumanizando su presencia, en la técnica perfecta de su plácida armonía, significaba un espectáculo aparte dentro del mismo espectáculo.


Símbolo de un fútbol puro, fue un grande del deporte. Un monstruo sagrado. El arquero obligado de todos los seleccionados. Problema de los ágiles uruguayos. En Amsterdam, en aquellas dos finales inolvidables con los orientales, Ángel Bosio se consagró definitivamente. En Talleres cumplió tarde de gloria. Luego pasó a River, constituyéndose en una transferencia sensacional. Retornó a Talleres, donde terminó su carrera y entró en la historia grande del fútol. Con letras de oro. Sólo reservado para los grandes.


El chiquillín aquél, hoy, más asombrado que nunca. Con la madurez de sus años. Sin alambres de por medio. Sin arcos, sin redes. Está detrás, esta vez, de un vacío profundo... Un abismo abierto de tierra húmeda... En su mano aprieta con dolor, mezclada con rabia, un puñado de esa tierra, que llora desde el lagrimal de la ausencia al ídolo caído, su mortandad de despojos que reciba en la íntima desolación, al caer la ofrenda que se desparrama sobre la madera lustrosa.
Bandeado de dolor... Embrionado de miedos... Con imágenes de recuerdos de muchas tardes felices con gritos de multitud de canchas de un ayer que fue masticando en la garganta la intención del llanto...


Es que Angel Bosio, “La Maravilla Elástica”, en el arco vacío del abismo, planea definitivamente en un abrazo con la tierra en que se funde su personalidad burilada en cada grito, en cada atajada, en cada vuelo, su salto final a la nada.

 

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